Las dueñas de El Mundo



 

Al igual que los artistas convocan la belleza, y hacen que aparezca de la nada ante nuestros ojos, ella era capaz de convocar el saber universal desde el origen de los tiempos.

Perteneciente a una estirpe legendaria, que ya existía antes de que se levantaran las pirámides, todo ese inmenso conocimiento estaba escrito en su ADN.

Como todas sus antepasadas, ella era una lectora voraz.

Sus antecesoras habían masticado papiros y grimorios. Sin embargo, ella se consideraba una criatura de su tiempo, y prefería morder textos de economía mundial y de geopolítica.

Gran conocedora de los ciclos económicos, desde los recolectores de conchas del Paleolítico hasta la aparición de las criptomonedas, por sus mandíbulas habían pasado innumerables bibliotecas llenas de tratados militares, archivos de inteligencia, manuales de economía, y un sinfín de expedientes X confidenciales.

Le encantaba La Biblioteca de El Capitolio, donde acababa de fijar su residencia. Sin embargo, su biblioteca favorita, sin comparación posible con ninguna otra, era La Vaticana, por su sabor inconfundible a oro, incienso, mirra, y poder.

El presidente la veneraba. Era su asesora personal favorita, su daimón particular, y adoraba verla revolotear a su alrededor.

En una demostración, sin precedentes, de afecto y agradecimiento hacia ella, acababa de promulgar una ley que prohibiría por siempre jamás, el uso de la naftalina y el cultivo de la citronela en los 52 estados de La Unión.

Ella se lo agradeció, en nombre de toda su especie, lamentando el exterminio de milenios, y con él, todo el conocimiento perdido.

En ocasiones, escuchaba hablar a los eruditos de la existencia de “Los Amos de El Mundo”, y sonreía, porque sabía que no existía tal categoría. Pues, siempre habían sido ellas y sólo ellas, la única élite, “Las Auténticas Dueñas de El Mundo”.

Como los milagros, que no existen, pero suceden, ellas ni siquiera estaban catalogadas por la Ciencia, y, por lo tanto, oficialmente no podían existir y, sin embargo, existían.

Pero, no todo era felicidad en su mundo. Ser una criatura ancestral podía ser muy solitario, y a veces, ¡le pesaba tanta trascendencia!

De hecho, de vez en cuando, necesitaba algo de ligereza en su vida. Por esa razón, le fascinaban las fiestas. Fiestas nocturnas, bajo la intensa luz de la luna llena del verano, o bajo la luna rosa en primavera.

Así, que cuando la primera dama y el presidente la invitaron a la boda de su hijo no pudo ser más feliz.

Era normal que ella asistiera, porque si el presidente la veneraba, la primera dama hacía tiempo que también había caído rendida a sus pies.

Porque había sido ella, con sus conocimientos de medicina, la que había devuelto la salud a su primogénito, ¡Que ya medía más de dos metros! gracias a sus fórmulas magistrales.

¡Las dos irían con pamela! Este pensamiento le hizo sonreír mientras se preparaba el recogido y se rizaba las pestañas para asistir a la boda presidencial.

¡Una boda, una boda! – se repetía.

¡Sentía tal felicidad! ¡Qué se lanzó a volar en bucle con los ojos cerrados por el jardín de El Capitolio!

Fue así, volando y pensando en la boda, y en la pamela que estrenaría, que entró ella sola en la trampa de la cristalera de doble ventana del invernadero de orquídeas del jardín presidencial, del que ya no conseguiría salir.

Derrotada, por el calor extremo del sol del mediodía dentro de la cristalera, en el último instante, se divirtió pensando si en el cielo de las polillas plateadas lunares la invitarían a algo.

En junio de 2025 estando en el Seminario de escritura “Entre un prólogo y un epílogo: una vida” organizado por La Casa Museo Cervantes de Valladolid y la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León (ESADCYL), mis profesores me propusieron el reto de convertir mi cuento “Una polilla va de boda” en un relato económico. Yo acepté el reto, y así nació “Las dueñas de El Mundo”.


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