De Bad Bunny a Luis Miguel. La educación financiera de nuestros jovenes

              

            
              

                Les invito a acompañarme a un viaje en el tiempo al Valladolid de 2.010, donde yo soy una joven madre de un niño de 7 años que acaba de presentarse a su primer examen de inglés. Pueden verme junto a la puerta del colegio preguntándole qué tal el examen.

              Mi hijo me responde que el examen le ha salido genial. Que le han preguntado en qué trabajan sus padres, que él ha respondido que somos “conteibols”, que es como llaman los ingleses a los contables, y que nos pagan por hacer cuentas para la gente, así que nos pasamos el día sumando, restando, multiplicando, y dividiendo.

                Desde ese día, han sido muchas las ocasiones en que he reflexionado sobre qué saben nuestros hijos e hijas sobre nosotros, y nuestras profesiones.

                  Les aconsejo que les pregunten. Quizás se sorprendan.

               En cuanto a mí, saber que sólo soy una chica a la que le pagan por sumar, restar, multiplicar, y dividir, no sólo me mantiene con los pies en la tierra en mi profesión, sino que además me hace sonreír cuando lo recuerdo.

    Me cuadra o no me cuadra

              “Me cuadra” es una expresión que los contables decimos a menudo. Podríamos traducirla por “me convence” o por “doy esto por bueno”. Cuadrar, a los contables nos proporciona la tranquilidad de saber que nuestro trabajo está bien hecho. De hecho, después de unos años en la profesión, para nosotros se convierte en algo adictivo y necesario, casi en una obsesión.

              Esta es la razón por la cual, cuando algo “no nos cuadra” los contables pasemos tan malos ratos, incluso noches sin pegar ojo, obsesionados por descubrir dónde está el error, repasando mentalmente una y otra vez todos los cálculos.

               Por favor, tengan piedad de nosotros, no interrumpan nunca a un contable mientras está buscando un descuadre. Les aseguro que no descansará hasta acabar con él, y conseguir al fin que todo cuadre. Para un contable, ese es un momento maravilloso, algo así como el nirvana de la contabilidad.

    Mamá, ¡quiero ser… inversor!

               Viajemos ahora hasta diciembre de 2.019. ¡Cómo pasa el tiempo! Mi hijo ya estudia bachillerato, aunque aún no ha decidido a qué va a dedicarse, lo que sí tiene claro es que él quiere ser inversor.

               Tenemos una conversación en la que me explica, con todo lujo de detalles, que existen grandes oportunidades de inversión en el mercado de las criptomonedas, y que es urgente invertir ya.

              Me pregunto de dónde habrá sacado mi hijo esa idea, y como buena contable, no puedo evitar pensar “que no me cuadra nada de todo esto”. Pronto lo averiguo. Lo ha visto en YouTube.

              Me abro una cuenta en YouTube, y como no es de pago, antes de empezar a ver un video me resigno a ver la publicidad. Atónita, un día tras otro, visualizo cientos de anuncios de gurús de las finanzas que, de manera agresiva, te advierten de que estás perdiendo dinero si no inviertes ya en criptoactivos.

                 Estos gurús te prometen increíbles ganancias en poco tiempo y sin apenas riesgo, presionándote a tomar decisiones rápidas. “No dejes pasar esta oportunidad única de entrar en el trading de las criptomonedas, y de monetizar resultados”, dice uno de ellos.

               Después de un par de meses viendo YouTube, compruebo que este tipo de campañas de “creación de inversores compulsivos” inundan los videos de música para jóvenes. Supongo que yo no soy su “victima” porque les confieso… que yo me he quedado en Luis Miguel.

              Esa es la dimensión de la brecha generacional entre mi hijo y yo. La distancia exacta que separa a Bad Bunny de Luis Miguel. El reguetonero puertorriqueño de moda, descarado y provocador, que canta vestido de Drag Queen “Yo perro sola”, y Luis Miguel, el rey del bolero, que no se quita el traje ni para dormir, y que ha publicado 3 discos titulados “Romance”, “Segundo romance”, y “Mis romances”. Demasiado romance, quizá.

                 Christine Lagarde y su hijo

              En 2022 leí en la prensa una sorprendente entrevista a la presidenta del Banco Central Europeo (BCE) Christine Lagarde. En ella, la señora Lagarde advierte de los riesgos que representan las criptomonedas, que “en su humilde opinión no valen nada”, y señala que “muchas personas, que no entienden los riesgos implicados al invertir en ellas, lo perderán todo, y se sentirán decepcionadas”. También revela que “aunque ella no posee ninguna, uno de sus hijos sí lo hace”. Al final de la entrevista, añade que su hijo “es un hombre libre”.

              Más tarde, en septiembre de 2023, descubrí un interesante estudio titulado “Nativos digitales y millennials: comportamientos y estrategias frente al ahorro” (IE Fundation y La Fundación Mutualidad de la Abogacía), según el cual, un 50% de los jóvenes españoles de entre 20 y 29 años que invierte, lo hace en criptomonedas.

              En el estudio, inciden en el hecho de que “se trata del segmento de la población más afectado por los engaños y pérdidas de valor de sus inversiones”. Según los expertos “la alta volatilidad de las criptomonedas, junto al masivo número de fraudes que están saliendo a la luz, hacen de ellas un activo no apto para la inversión del ahorro”.

              Y de nuevo, en noviembre de 2023, Christine Lagarde vuelve a ser noticia. Leo en la prensa este titular: “Christine Lagarde dice que uno de sus hijos ignoró sus consejos, y perdió invirtiendo en criptomonedas. Lagarde afirmó que su vástago se dejó el 60% de lo invertido”.

                 El susto de sus vidas

              No hace mucho tiempo, escuché en la radio al economista Carlos Domingo Soriano lamentarse de que sus alumnos universitarios apenas le prestaban atención en clase, salvo cuando hablaba de criptomonedas o de criptoactivos. Se mostraba, así mismo, firmemente convencido de que muchos padres se llevarían algún día “el susto de sus vidas” al descubrir que sus hijos han perdido parte de su patrimonio invirtiendo en estos activos tan volátiles.

              Si al comienzo de este artículo, yo les invitaba a reflexionar sobre ¿Qué saben nuestros hijos e hijas sobre nosotros y nuestras profesiones?, ahora les propongo otra reflexión, ¿Qué sabemos nosotros sobre nuestros hijos e hijas como inversores?, ¿Sabemos dónde tienen invertidos sus ahorros?, ¿Sabemos en qué gastan el dinero que ganan?

               Hagan la prueba, pregúnteles. Quizás se sorprendan.

              Por cierto, y cómo es posible que alguien se pregunte qué fue de las inversiones en criptomonedas que pretendía hacer mi hijo, y que a mí tanto me descuadraban. Les diré que nunca se produjeron porque conseguí convencerle de que es una malísima idea invertir en lo que no se entiende, sobre todo cuando te presionan para que lo hagas a toda prisa.

              Como economista, que mi hijo me consultara antes de invertir es para mí uno de los logros de los que estoy más orgullosa. Y aunque mi asesoramiento fue “gratis et amore” haber conseguido tenerle como consultante estará para siempre apuntado en el haber de las cuentas de mi vida.

                     Responsabilidad y oportunidad

              Los jóvenes se enfrentan a desafíos únicos, ya que suelen carecer de la experiencia y de los conocimientos para tomar decisiones económicas bien informadas.

              Los economistas, como comunidad, tenemos el deber moral de promover su educación financiera, cumpliendo un papel esencial en el bienestar de las futuras generaciones. Al hacerlo, estamos contribuyendo a la prosperidad de nuestro país, a la mejora de la calidad de vida de las personas, y a la reducción de la desigualdad.

              Esta responsabilidad y este esfuerzo siempre nos merecerán la pena, porque traen consigo una gran oportunidad para nosotros.

              Esa oportunidad consiste en poder acercarnos a ellos que son el futuro de nuestra sociedad. No podemos perder cada ocasión por pequeña que sea.

                 En cuanto a mí, procuraré escuchar más Bad Bunny y menos Luis Miguel.

        Dedicatoria

              Por último, me permitirán que dedique este artículo al grupo de economistas de la Comisión de Economía Social del Colegio de Economistas de Valladolid, Palencia, y Zamora, del que formo parte como voluntaria, en agradecimiento por la excelente labor de divulgación que realizan a través de las Jornadas “Economía para tod@s”, y en cuya compañía surgió en mí la idea de escribir estas palabras para que sirvan de reconocimiento, y de difusión de su entusiasta y generosa misión de llevar la economía a los centros cívicos de la ciudad de Valladolid.

              Y a ustedes, que han tenido la amabilidad y la paciencia de llegar hasta esta última línea, les doy las gracias por leerme.

    Este artículo apareció publicado en la Revista Castilla y León Económica número 332 en marzo de 2024

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